Tecnología automotriz y el reto del software
La industria automotriz europea vive un choque inesperado. Aunque Alemania y Suecia presumen de ingeniería mecánica de élite, las grandes marcas todavía no dominan el desarrollo de software que requieren los coches modernos. Esa brecha tecnológica ya está costando miles de millones a Toyota, Mercedes y Volvo.
El problema no está en la capacidad de fabricar motores ni en la calidad de las carrocerías. La dificultad surge en la integración de sistemas digitales que controlan desde la gestión de energía hasta la experiencia de usuario en cabina. Un coche conectado exige líneas de código tan complejas como las de un smartphone, y esa transición no ha sido sencilla para los gigantes del sector.
En 2024, Mercedes admitió que su plataforma MB.OS se retrasó varios años respecto al plan inicial. Volvo enfrenta situaciones similares y Toyota reconoció que los costos de software superaron lo previsto en sus proyectos eléctricos. La dependencia de proveedores externos ralentiza la innovación y genera vulnerabilidades competitivas frente a empresas nativas del software como Tesla o las chinas BYD y Nio.
Los consumidores perciben directamente esas carencias. Actualizaciones fallidas, interfaces poco intuitivas y funciones de conectividad limitadas contrastan con las expectativas de un mercado que exige experiencia digital sin fricciones. Además, la industria ya no compite solo en caballos de fuerza, sino en ecosistemas digitales capaces de actualizarse constantemente.
La solución no parece estar en manos de un solo departamento de ingeniería. Los fabricantes están creando divisiones de desarrollo propias y reclutando miles de programadores en Europa y Asia. Toyota, por ejemplo, anunció este agosto de 2025 inversiones superiores a 8.000 millones de dólares en nuevas plataformas digitales para mantener competitividad global.
La presión aumenta: la consultora McKinsey estima que el software representará hasta el 30 % del valor total de un coche en los próximos cinco años. Eso significa que el diferencial competitivo dependerá cada vez menos de la potencia de un motor y mucho más de la calidad del código que lo acompaña.
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